“Nunca entendí por qué se valoraba tanto al sexo. Cuando era chica veía a mis compañeras obsesionadas con sus primeras relaciones, o desesperadas por algún pibe, y a mí no me pasaba. Me casé porque entendí que era lo correcto y tengo una hermosa familia, pero ahora, a mis 55 años y ya divorciada, puedo confesar que jamás disfruté del sexo y que no me interesa volver a tenerlo. Estoy feliz así, pero hace pocos años supe que esto tenía un nombre y me ayudó a entender lo que me pasaba”, confiesa Mariela, con la condición de que no se revele su apellido.
El “nombre” al que alude es una palabra, definición o etiqueta -da igual- que visibiliza a las personas que no tienen atracción sexual por otras, aunque puedan establecer relaciones de pareja y sentir deseo, que no buscan saciar con alguien más: son asexuales y desde el año 2021 conmemoran cada 6 de abril el día internacional de esta orientación que llamaron “invisible” y, poco a poco, va ganando terreno.
“Pueden tener deseo, llegar a excitarse e incluso autoexplorarse. Hay una variedad dentro de esta orientación, pero no experimentan atracción sexual hacia otras personas, ése es el punto clave. No experimentan la necesidad de contactarse sexualmente, ni estar atraídos por otras personas o llevar adelante una práctica sexual. Es una orientación; no es algo que les traiga angustia o dificultad. Se autoperciben asexuales y no les significa un problema, una incomodidad ni un malestar”, explica la médica generalista y sexóloga clínica Andrea López (MP 116.637).
No obstante, los problemas pueden aparecer en la interacción con otras personas. “A mi primer novio le tenía mucho cariño; lo abrazaba, besaba, cosas normales, pero no me nacía el deseo sexual y siempre lo estaba postergando”, cuenta María, una joven universitaria de 23 años que también accedió a hablar con EL DIA y pidió resguardar su identidad. A los tres meses de haber iniciado el noviazgo, recuerda que su novio la “incitó a tener relaciones sexuales. A mí no me gustó y me sentí muy incómoda, a punto tal que me agarró mucha ansiedad. Él también se sintió muy incómodo y nuestra relación terminó a raíz de eso”.
Más o menos por esa época, entre los 20 y 21 años, María comenzó a preguntarse por qué le pasaba lo que le pasaba, sobre todo en situaciones tan cotidianas como ver a una persona que para la mayoría puede resultar atractiva: “Por ejemplo, hay un chico con músculos y todas mis amigas dicen ‘qué lindo pibe’. Yo lo veo desde la parte racional: ‘si, es una persona que tiene músculos, listo’. No me prende el interés de estar con esa persona”.
El término “asexualidad” apareció por primera vez en los estudios sobre sexualidad del biólogo Alfred Kinsey, en la década de 1950, pero fueron los trabajos de fines del siglo XX y principios del XXI los que aportaron las definiciones conceptuales que toman en cuenta la perspectiva de los protagonistas y, por eso, mejor los describen.
En 2004, el psicólogo canadiense Anthony Bogaert analizó los datos de casi 20 mil británicos y concluyó que el 1% se identificó como asexual. Las cifras no abundan a nivel internacional. En Argentina, funciona desde 2018 la Agrupación de Pluralidades Asexuales (AgruPAS), con 569 seguidores en X (ex Twitter), poco más de 1.100 en Facebook y casi 3.000 en Instagram. “Yo también soy asexual” (Ytsaa) tiene unos 3.800 seguidores en Facebook y cuentas como club.asexual acumula poco más de 1.400.
“No requiere tratamiento”
“Mis amistades ya saben que soy asexual”, aclara María, “han frenado a algunos compañeros de la facultad que se pasan con los chistes sexuales, porque saben que todo ese tema me incomoda mucho. Me genera una sensación fea la gente que actúa de forma promiscua”.
El abordaje con su familia, reconoce María, es mucho más complicado, por la incomprensión que en tantos planos generan las distancias generacionales, como por su condición de católicos practicantes: “Ellos creen mucho en Dios, la mujer, el hombre y tener un hijo”, revela, aunque admite que intentó tener esa charla. De hecho, les manifestó su decisión de no ser madre biológica, aunque sí adoptiva.
“No van a entenderlo nunca”, cierra. Sin embargo, encontró en su madrina a una interlocutora que sabe de qué habla, porque reconoce en ella rasgos de asexualidad: “Fue forzada a tener un hijo y desde que se separó de su marido, hace 20 años, no volvió a tener relaciones con nadie, aunque tuvo vínculos afectivos”.
Recuerda Mariela que en más de una conversación, amigas o familiares le recomendaron consultar esa falta de deseo con un profesional médico o psicólogo. “Hice terapia, pero la verdad es que sentí que perdía el tiempo. Los problemas los tenía cuando estaba casada”, dice, “cuando me separé me sentí genial estando sola”.
María también recurrió a profesionales, aunque no fue su intención. “A los 21 años fui a hacerme un chequeo de rutina con una ginecóloga y ella me dijo que el tener ovario poliquístico podía generarme un desorden hormonal y falta de deseo, porque le parecía raro que no hubiera tenido relaciones”.
En definitiva, esa médica le indicó pastillas anticonceptivas y algo parecido sucedió con una endocrinóloga a la que consultó por lo mismo.
“Sigo igual; no creo que en mi caso sea por eso”, reflexiona. Y sabe que no está sola. De hecho, en una charla reciente descubrió que una amiga suya se siente igual.
Aclara Andrea López que en esta orientación hay muchas diferencias: “Hay quienes pueden llegar a experimentar un deseo sexual o una atracción romántica, pero no tienen impulsos sexuales. Pueden incluso tener parejas y una intimidad romántica o afectiva, sin práctica sexual”. Pero lo indiscutible es que “no requiere tratamiento”, resalta, aunque por muchos años haya figurado en los manuales de psiquiatría clasificado entre las dificultades sexuales.
“En 2013 se sacó de los manuales de psiquiatría porque no obedece a una falta de deseo. Lo que no desean es el contacto o atracción para una práctica sexual con otra persona. Y no lo sufren, porque no es una dificultad sexual que les genere angustia, malestar o dudas”, detalla la sexóloga.
Por eso aclara que no suelen acudir a su consultorio personas con una orientación definida, porque no les significa un problema a ellas sino “a la sociedad que se pregunta todo el tiempo ¿cómo puede ser?”.
Confusiones
A la asexualidad se la suele equiparar con el celibato, o decir que una persona es asexual porque no siente atracción, no mantiene relaciones sexuales o es arromántica (no siente atracción romántica). Quienes conocen del tema aclaran que se trata de un espectro amplio, que contiene a quienes se identifican como demisexuales (no sienten atracción sexual hasta formar un lazo emocional con alguien), o grisexuales (sienten atracción en determinadas y muy selectivas circunstancias).
El psicólogo cognitivo conductual Mel Gregorini diferencia claramente a la asexualidad de “la elección de no ejercer la sexualidad del celibato”. Aclara que “el deseo o la libido, siempre está. El tema es cómo se puede sublimar esa energía sexual. Algunas personas lo hacen a través del arte, o un objetivo superior o más trascendente, y otras pueden ponerla en la imagen o la postura”. Linkea esto con “una falta de afecto responsable o de sexualidad responsable en el sentido de responder ante el otro. Y no lo ven como problema”.
“Años atrás la sexualidad era tabú y existía el miedo a ciertas patologías o al contagio de enfermedades de transmisión sexual. Hoy la mayoría de los jóvenes lo dicen en los consultorios, no tienen miedo al ejercicio de la sexualidad, sino que lo que quieren es que el otro pueda satisfacer su demanda. Es una sexualidad de conocimiento, de exploración, que pone el énfasis en la fluidez y en su parte del deseo, no tanto en el deseo compartido con el otro”.
“Para su disfrute, no el mío”
Desde el momento en que asumió su asexualidad, hace tres años, María lo expone ante las personas con las que elige comenzar un vínculo. “Lo planteo desde el inicio -asegura- por si ellos buscan una relación afectiva que priorice el deseo sexual. Es importante decirlo para no ilusionar a una persona”. Reconoce, no obstante, que es complicado, porque “mucha gente piensa que te va a salvar o se te va a pasar mágicamente”. Y aunque no descarta tener más adelante una pareja estable, y, con ella, relaciones sexuales, saber que “va a ser para el disfrute de él, no para el mío”.
En un contexto que equipara a la sexualidad con la normalidad, la etiqueta de asexual es ciertamente compleja. Sin embargo, ayuda, tanto como el hecho de que cada vez más personas lo expongan.
Una de ellas es Alejandra Gavidia, Miss Universo El Salvador 2021, quien contó en una entrevista que “reconocer formalmente mi orientación sexual y ponerle nombre a algo que había sentido toda mi vida” significó “dejar de ser rara, diferente, necesitada de terapias”. Y exponerlo públicamente la hizo sentir acompañada por una comunidad que experimenta lo mismo.
Desde cuentas de Instagram como club.asexual.caba, sus miembros organizan encuentros presenciales todos los segundos fines de semana de cada mes, en horarios y sitios que se acuerdan a través de un grupo privado en Telegram.
María no se ha contactado todavía con personas de la comunidad, porque no le gusta embanderarse detrás de alguna causa y porque siente que “a las personas asexuales les tiran bastante odio”.
Diferencias
En los estudios sobre el tema, las personas asexuales son diferenciadas de la abstinencia, la castidad y el celibato, ya que estas actitudes implican una decisión consciente de no llevar adelante ciertas prácticas sexuales coitales, aunque sientan atracción sexual hacia otros. Las personas identificadas como asexuales afirman no tener que reprimir ninguna atracción, ya que no la presentan. El celibato, la abstinencia o la castidad son elecciones, generalmente fundamentadas en motivos religiosos o morales, mientras que la asexualidad es una orientación.