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La democracia recuperada, que acaba de cumplir 40 años hace apenas seis meses, vivió ayer otra jornada bochornosa. Mientras en el Senado se debatía la Ley Bases y el paquete fiscal, afuera del Congreso se vivían escenas de violencia por el choque entre las fuerzas de seguridad y manifestantes contrarios a las iniciativas oficialistas, que traspasaron límites tolerables. Como quemar autos de ciudadanos particulares o destrozar comercios de los inmediaciones, vandalismos que pretendieron ser justificados bajo la premisa de resistir la “represión policial”.
La postal rememoró aquellas escenas que se vivieron durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando se debatió -y se terminó aprobando- una ley de reforma previsional, allá por diciembre de 2017, que dejó en la calle el ya célebre saldo de las 14 toneladas de pierdas arrojadas contra la policía y la foto del popularmente llamado “gordo mortero”. Se trata de aquel militante de izquierda que fue inmortalizado con un arma casera en posición de disparo, de nombre Sebastián Romero, que estuvo un par de años prófugo en Uruguay y que, una vez detenido, intentó ser candidato en las legislativas de 2021. País generoso la Argentina.
Agrupaciones de la izquierda trotskista, organizaciones sociales denunciadas por el Gobierno por malversar el dinero de ayuda a los pobres, sectores gremiales combativos (poca CGT, mucha CTA), el kirchnerismo duro y los violentos ocasionales de siempre probablemente arrancaron el día maquinando cómo enturbiar la sesión por la Ley Bases, una de las supuestas herramientas fundacionales de la gestión Milei.
De antemano se sabía que la cosa se caldearía al primer chispazo porque una de las premisas que guían a la gestión libertaria es el orden callejero, la reversión de la lógica que impera hace más de 20 años en el país según la cual la calle la gana el más bravucón y cualquier movida policial por establecer un cierto raciocinio en la circulación es sinónimo de represión.
Está claro que para aquel grupete antes mencionado la sesión debía caer. Ideológicamente se oponen a los nuevos parámetros que fijan los dos proyectos: menos regulaciones, menos intervencionismo estatal, un claro giro liberal, una lavada reforma laboral, privatizaciones, beneficios para atraer inversiones privadas, de grandes empresas nacionales o extranjeras, y varios etcéteras más.
La derrota no digerida
Pero en el caso puntual del kirchnerismo, que es la fuerza con mayor organicidad de las que ayer protestaron, subyace además un condimento político surcado por el pasado reciente: el enorme cachetazo que se comieron en las urnas de parte de un personaje sin pasado político, el hoy Jefe de Estado, al que contribuyeron a agigantar ellos mismos en la búsqueda de perjudicar al macrismo y que surgió con un mandato electoral -se verá si está a la altura- para subsanar la decadencia social y económica en la que cayó Argentina por culpa de los políticos tradicionales.
El peronismo/kirchnerismo/massismo aún no ha podido aceptar esa caída en las urnas. No logran procesarla políticamente, siguen enojados, no han hecho autocrítica, no se hicieron cargo de los motivos de la derrota, no pueden o no quieren entender porqué los más pobres optaron por un candidato de derecha y sienten que Milei es una anomalía coyuntural. El propio Presidente les da letra para su “contra-relato” desde su condición de opositores (La Resistencia, según modismos internos) con los modos excéntricos, coléricos, muchas veces insultantes que tiene el libertario y los signos evidentes de inexperiencia en la gestión de la cosa pública.
En términos simbólicos, sin que sea una evaluación de los que se debatía ayer, un Milei con la Ley Bases en la mano (digamos “Basesitas”, de tantas las concesiones que viene haciendo el Gobierno) es un Presidente con un módico triunfo. Y sería una derrota de La Resistencia.
Ayer, en la calle la cuestión se empezó a pudrir cuando el oficialismo se aseguró el quorum, sinónimo de que la sesión se realizaría. El amplio y tempranero operativo de seguridad, con vallas y cordones policiales, era un mensaje inequívoco: “Sólo hasta aquí pueden avanzar”. La premisa obvia del ministerio a cargo de Patricia Bullrich fue impedir una andanada contra el edificio de las leyes.
Diputados de la Nación del kirchnerismo fueron repelidos por la policía en esa zona crítica limítrofe con gas pimienta, acaso un exceso de los agentes. Así, se vio a Carlos Castagneto, Eduardo Valdéz o Leopoldo Moreau con los ojos enceguecidos, irritados, denunciando represión unilateral sin motivos de las fuerzas del orden.
Senadores opositores pidieron un cuarto intermedio en la sesión para salir a la calle a asegurarse que no se reprima “al pueblo”. La bonaerense Juliana Di Tullio dijo que salió para asegurarse que se estaba cumpliendo el derecho a la protesta, garantizado constitucionalmente. Es verdad, protestar y peticionar a la autoridades está escrito en el artículo 14ª de la Carta Magna.
¿Pero cómo se lleva eso con el incendio intencional a un móvil de la emisora radial cordobesa Cadena 3 (identificado con un ploteo), cuyo periodista estaba trabajando porque cubría los hechos? ¿Peticionar es prender fuego a varios autos de particulares, que tal vez estaban cumpliendo tareas en oficinas cercanas o simplemente viven en las inmediaciones? ¿O destruir la plaza del Congreso para conseguir piedras? ¿Protestar es ir a la marcha con bombas molotov, de obvia preparación previa?
¿No es eso atentar también contra el espíritu democrático de un país? El oficialismo desmesuró este concepto anoche, hablando de un intento de golpe a través de la Oficina del Presidente.
Lo que sí es verdad es voces que condenaron la parte del DNU Nº 70 de Milei que pretendió barrer derechos adquiridos o relativizar el peso de leyes históricas, hacían ayer un silencio notable frente a imágenes dantescas de caos y desorden, de los encapuchados de siempre rompiendo todo, de un concepto -captado por varios movileros de la televisión en ocasionales entrevistas con manifestantes- que giraba en torno al objetivo de “sacar a este gobierno”. Ya no aprobarle una ley. Este último sí un juego dentro de las reglas de la democracia.