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El efecto político de la Ley Bases se potenció porque impactó en la opinión pública después de una serie de episodios que expusieron características del gabinete nacional más propias de un cotolengo que de la Casa Rosada.
La desconsiderada eyección de Nicolás Posse de la Jefatura de Gabinete, el escándalo en el Ministerio de Capital Humano encabezado por Sandra Pettovello y las evidencias de sórdidas intrigas intestinas en el bando libertario engranaron con el enfilamiento en la Cámara de Diputados de los enclaves opositores dialoguistas con el kirchnerismo para sancionar una fórmula de actualización previsional distinta a la decretada por el Gobierno y proyectaron un horizonte desolador no solo para la administración Milei, sino para el país en general: un oficialismo agusanado por internas, trabado por la mala praxis y aislado, enfrentado a una oposición hiperfragmentada e impotente para reemplazarlo.
La Ley Bases interrumpió esa inercia de descomposición al mostrar la posibilidad de un equilibrio institucional y político. Precario, condicionado por la necesidad de negociaciones permanentes para sostenerse, pero equilibrio al fin, que alcanzó como señal de que el sistema cuenta con herramientas para conjurar una nueva implosión.
La Ley salió con el paquete fiscal, que es en definitiva un acuerdo de distribución de recursos entre la Nación y las provincias tendiente a atenuar la arbitrariedad con que Milei se ha venido manejando en ese aspecto hasta ahora. Gran parte del superávit del que se jacta obedece a las podas de las partidas provinciales no discrecionales, varias de ellas objetadas ante la Suprema Corte.
Con expectativas de la mayoría de los gobernadores en torno a la reposición del Impuesto a las Ganancias, que incrementaría sus ingresos por coparticipación, la Cámara de Diputados le dará fisonomía definitiva a la expresión jurídica del incipiente orden libertario.
No es lo que Milei quería, tampoco lo que pretendían sus antagonistas y aspirantes a aliados. Es lo que hay.
El método
La Ley Bases es el triunfo de un método sensato sobre la excéntrica y brutal intransigencia de Milei. Representa la victoria del diálogo y la negociación, tradicionales instrumentos de la política de todos los tiempos que el Presidente execra en las diatribas dirigidas a su público.
Conviene sin embargo examinar lo que ocurre tras las pirotecnias del mundo del espectáculo para las que el mandatario se muestra tan solvente.
Fue Milei el que designó y empoderó como jefe de Gabinete al exministro del Interior Guillermo Francos, cuya moderación y paciencia lo hacen un espécimen extraño dentro del ecosistema libertario, tramado por fascinantes emocionalidades a flor de piel y deschavetes extravagantes.
También fue Milei el que autorizó que Francos introdujera en las tratativas del Senado a otro vector de racionalidad, la vicepresidenta Victoria Villarruel, irradiado del alto mando por el eje Karina Milei-Santiago Caputo.
Francos como interlocutor visible y Villarruel trabajando entre bambalinas para emerger en el desempate dramático de la aprobación en general.
En la superficie, ambas figuras condensan la sensatez oficialista en contraste con la iracundia insensata del Presidente, pero es Milei el que las habilita.
El desempate
Los seis primeros meses del experimento libertario estuvieron signados por la tensión entre los esfuerzos de Milei para someter al Congreso a su voluntad a puro agravio y la apuesta del sistema político a que los efectos de un ajuste cruento como pocos erosionaran el consenso social en torno a la figura del mandatario.
Ninguna de las dos cosas ocurrió. La indefinición esterilizó una gestión sostenida en el carisma de su líder y la endeble juridicidad de un decreto de necesidad y urgencia a tiro de anulación en la Cámara de Diputados y en la Corte Suprema de Justicia.
La Ley Bases y el paquete fiscal incuban la posibilidad de reemplazar el improductivo empate de las impotencias por una dinámica más adecuada a lo que la sociedad determinó en el proceso electoral del año pasado: un Presidente con alto consenso acotado por el poder de veto del Congreso. Un parlamentarismo “sui generis”, surgido de las ruinas del sistema rechazado en bloque.
Con lucidez característica lo advirtió Cristina Kirchner, que echó el resto para tratar de asestarle a Milei un golpe terminal con el rechazo de la Ley Bases en el Senado y fracasó.
El kirchnerismo mantiene un volumen parlamentario significativo y consistente, activos importantes en un marco general de fragmentación. Sin embargo, en la derrota del sector en la Cámara alta se cifran sus límites.
Cristina no pudo evitar que los gobernadores se desmarcaran de su estrategia y maniobraran de acuerdo a sus propios intereses. La flexibilidad libertaria ejercida por Francos y Villarruel quebró el diseño, con cartas de negociación que fueron de los cambios introducidos a la Ley y el paquete fiscal y el destrabe de obras públicas a la embajada en la UNESCO entregada a la senadora neuquina Lucila Crexell.
Con todo, Cristina y los suyos se fueron con la desaprobación de Ganancias entre los dientes, bocado que los libertarios y su inestable alianza tratarán de arrebatarle en Diputados.
¿Qué opinará el gobernador Axel Kicillof? También su coparticipación aumentaría si Ganancias se repone.
Terminator
El pragmatismo acabó imponiéndose sobre el dogmatismo. Las grises menudencias de las tratativas, sobre la épica desaforada y el tremendismo que aborda cualquier episodio, por ordinario que sea, como si fuera una cuestión de vida o muerte.
La enardecida megalomanía de Milei es el principal abono de estas nocivas desmesuras.
Quizás deba asumir que el electorado no lo votó por su programa, sino como instrumento para reconstruir un sistema político inoperante, con su prestigio estragado por las peleas inconducentes.
El Presidente ha entregado jirones de su proyecto original, pero ya tiene su Ley Bases.
De lo que se dijo en la maratónica sesión del miércoles y jueves es interesante rescatar la advertencia formulada por el kirchnerista formoseño José Mayans.
En uno de sus habituales dislates “forexport”, Milei se vanaglorió de ser un “topo” infiltrado en el Estado para destruirlo desde adentro y se postuló como un “Terminator” proveniente del futuro para evitar los estropicios del socialismo.
Con un humor provinciano que encantó a los propios libertarios, Mayans recordó que “Terminator” es “el depravado” de la trilogía y que termina muerto.
“Parece que no la vio a la película, o se la contaron mal. Por favor, que alguien le cuente a este muchacho”, sugirió, campechano.
Seis meses deberían ser suficientes para advertir que la Argentina requiere menos de las espectaculares dotes destructivas de “Terminator” que de inteligencia e imaginación política para restaurar su devaluada credibilidad.
Fuente: https://www.elancasti.com.ar/edicion-impresa/un-precario-equilibrio-es-lo-que-hay-n556525