Papá y comerciante de vocación
Eduardo asegura -y con razón- que el comercio es una actividad por demás vocacional. No sólo se trata de comprar, vender y ganar dinero, sino de entender lo que la gente busca, ofrecerle lo mejor y a un valor que sea conveniente tanto para el comerciante como para sus clientes.
Cuando comenzó en esta actividad y fue entendiendo su ritmo, la forma en que debía administrarse y obtener ganancias sin dejar nunca de crecer y de ser creativo en las propuestas, también se dio cuenta de que era un comerciante de alma.
Su hijo varón, Matías, heredó ese mismo talento del padre. Desde chico comenzó a ayudarlo y pronto ya tenía proyectos con uno de los empleados de la casa de ropa de su padre: el mencionado Gabriel Ortega.
Gabriel, quien se quedó siempre acompañando a Eduardo en el negocio, le llevaba diez años a Matías y le enseñó mucho de lo que había aprendido trabajando desde los 17 años en la casa de ropa masculina.
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“Mi hijo lo tenía como un hermano mayor“, contó Eduardo, quien recuerda con nostalgia los viajes que hacía junto a Matías y Gabriel para presentar sus colecciones de ropa en otras provincias y conocer a los proveedores. Estos recuerdos, aunque dolorosos, son un testimonio del vínculo profundo que compartían y del amor que Eduardo siente por su hijo y por Gabriel.
Gabriel también dialogó con Diario UNO y contó que junto a Matías tenían proyectos para armar un negocio juntos, pero no pudieron concretarse. Sin embargo, el recuerdo y el cariño que tiene por su amigo fallecido continúa intacto. La amistad, dicen los que saben, es otra forma de ser familia.
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El dolor de una pérdida irreparable
“El dolor de perder a un hijo no se supera, pero uno debe seguir adelante por la familia“, insiste Eduardo. Su esposa, María Esther García, su hija Analía, su nuera Fernanda (viuda de Matías) y sus tres nietas – Felicitas de 11 años, Josefina de 8 y Alma de 9 – son su motor para continuar cada día.
La vida no ha sido sencilla para Eduardo. A pesar de tener un negocio exitoso, atribuye sus logros al apoyo de sus afectos y a su fe en Dios. Ha enfrentado momentos muy duros, incluyendo la enfermedad de su esposa, quien necesitó un trasplante de riñón. Esta situación complicada ocurrió justo un año después del fallecimiento de Matías, quien soñaba con donarle un riñón a su madre pero no tuvo la oportunidad. Eduardo cree que, de alguna manera, su hijo intervino para que su esposa recibiera el riñón que necesitaba.
Un luchador frente a las crisis
Eduardo navegó por todas las crisis económicas que ha vivido Argentina, desde la conversión del peso al Austral en los tiempos de Raúl Alfonsín, pasando por la hiperinflación, la recesión del uno a uno de Carlos Menem, el corralito de Fernando De la Rúa, hasta la inflación actual.
Su éxito también se debe a su buena administración. Según él, muchos comerciantes no sobreviven debido a la falta de previsibilidad y planificación. “Cuando entra una cantidad de dinero, muchos piensan que pueden gastarlo inmediatamente, pero primero hay que ahorrar para el futuro, invertir, pagar a los proveedores y generar stock. Este es el trabajo duro que deben hacer los comerciantes en Argentina, donde la economía no ayuda para hacer proyectos a largo plazo y generar ganancias sostenibles”.
Eduardo Flores es más que un empresario exitoso; es un símbolo de resiliencia y amor paternal. Su historia pone el énfasis en la importancia de la familia, el valor del trabajo duro y la capacidad de encontrar fuerzas para seguir adelante incluso en los momentos más oscuros.