Los homicidios de Alejandro Tomás “Papelito” Moreno y José “Pelado” Leiva, independientemente de las figuras que la Justicia haya elegido para tipificarlos y someterlos a su escrutinio, configuran caso de linchamiento. Son dos casos de esa justicia por mano propia que emerge ante la defección de las fuerzas de seguridad y el Poder Judicial.
Tienen una mayor persistencia en la agenda pública debido a sus desenlaces fatales, pero no sería prudente considerarlos episodios aislados. Las abundantes noticias sobre ese tipo de hechos son desplazadas del foco de atención por otras novedades, pero ahí estuvieron como fugaces avisos de las irremediables consecuencias que pueden precipitarse cuando se conjugan para pasar a la acción sensaciones como la indefensión, el hartazgo y la impotencia.
“Papelito” Moreno tenía 22 años, problemas de adicciones y un prontuario en el que se destacaba haberle arrancado un ojo con el cuello de una botella rota a otro hombre en una riña. El desgraciado joven murió como consecuencia de una puñalada que le aplicó Walter David Correa, de 21 años, en una reyerta provocada al parecer por un problema de deudas. Correa quería cobrar, “Papelito” se negó y sucedió el homicidio.
Tras descubrirlo robando, tres jóvenes persiguieron, capturaron y le dieron una paliza al “Pelado” Leiva, que murió después de agonizar durante un mes en el Hospital San Juan Bautista debido a un golpe propinado con una barreta en el abdomen. Antes de morir, Leiva pudo declarar e identificar a quien le asestó el golpe finalmente letal. En la causa están imputados Cristian Leonardo Leiva, por homicidio simple con dolo eventual, y Manuel Hernán Coronel y Fabricio Rodrigo Luján, por lesiones calificadas por alevosía.
Darío Nieva, hermano de Cristian, declaró: “Nos robó varias veces, no lo podíamos encontrar nunca. Uno iba y hablaba con el padre (de Leiva). Es más, esa misma noche, donde lo redujeron, mi hermano antes de ir a la comisaría, fue a la casa (de Leiva) porque uno siempre trata de recuperar lo de uno. Y el hombre (por el padre) sale a decir que no lo veía, que no estaba”.
“Muchos dicen que mi hermano fue a atacar por atacar y no es así. Acá entraron a robar muchas veces. Al chango lo tenían en el piso. Estaba con un estéreo. No fue por un estéreo. Si lo han atacado, ha sido por otra cosa más también”.
Según Darío Nieva, ya los habían agarrado “de punto”, como “a casi toda la cuadra (de la calle) Buenos Aires. Ya no se puede vivir tranquilo así”.
“Siempre roban, roban y no hay solución a nada. Se los detiene y no se consiguen las cosas. Lamentablemente, pasó esto que pasó ahora”, concluyó.
Las manifestaciones de Darío Nieva son muy ilustrativas y remiten a la situación de centenares de víctimas del delito que no obtienen respuestas a sus denuncias y reclamos aún cuando tienen perfectamente identificados a quienes los perpetran.
Los denunciados eventualmente son detenidos, pero a los pocos días recuperan la libertad y reinciden, la mayoría de las veces porque necesitan dinero para conseguir estupefacientes.
Quienes hacen la denuncia, mientras tanto, ingresan en un purgatorio de trámites burocráticos que terminan abandonando por cansancio.
En enero, como un presagio, un oficial de la Policía de la Provincia, su padre y su hermano fueron arrestados luego de asaltar a punta de pistola una casa y enfrentarse con quienes se encontraban en ella. En el transcurso de la investigación se determinó que pretendían recuperar un parlante y otros elementos que les habían robado.
Si un oficial de Policía recurre a tales métodos ¿qué se puede esperar de civiles defraudados por el sistema?
Fuente: https://www.elancasti.com.ar/edicion-impresa/dos-linchamientos-n551761