Aunque la pelea de Javier Milei contra Jorge Fontevecchia y Jorge Lanata se eslabona con represalias anteriores descargadas contra otros periodistas que osaron cuestionarlo, expresar algún matiz de opinión o equivocarse, parece marcar una escalada contra la prensa en general, más allá de la celebridad de los personajes y de que hayan decidido iniciarle acciones legales.
Ambos episodios se enmarcan en una concepción que niega cualquier posibilidad de disidencia con el parecer presidencial exenta de soborno o malevolencia. Como insiste en condenar a los “ensobrados”, debe concluirse que él no “ensobra” a nadie, de modo que solo queda una conclusión: Milei solo tolera a quienes tienen un pensamiento idéntico al de él o a los adulones.
“El periodismo se ha acostumbrado a que deben ser tratados como profetas de la verdad única e incontrastable, a los que no se puede criticar, ni desmentir, ni corregir. Si alguien osa cometer esa imprudencia, es castigado al unísono por todos los miembros de la corporación y sus agrupaciones. Lo indignante de todo esto no es la pretendida superioridad de quienes ejercen un rol que, en esencia, es efectivamente noble. Sino que al igual que ha ocurrido con todo el resto de las cuestiones vinculadas a la política, el periodismo se ha corrompido, ensuciado y prostituido al calor de los sobres y la pauta oficial”, sintetizó el Presidente desde su púlpito de “X”.
“Vamos a contestar. Vamos a decir nuestra verdad. Vamos a bajarlos de esa Torre de Marfil en la que creen que viven. Porque libertad de expresión significa que nadie puede evitar que hablemos. Ni siquiera los sagrados periodistas”, advirtió.
El Presidente no identifica a quienes han acometido la imposible empresa de evitar que hable, pero del texto y de sus conductas se desprende que no le molesta tanto que pretendan imponerle algún silencio como que le contesten, más aún si lo contradicen o ponen en duda sus siempre enfáticas aseveraciones.
Los extremos se tocan. La misma aversión furibunda hacia la prensa crítica tenía el kirchnerismo, cuyos cuadros llegaron a montar pantomimas de juicios populares contra periodistas que les resultaban antipáticos, complemento de otras sanciones menos simbólicas.
La tensión entre el poder político y la prensa, sin embargo, es natural y saludable para la democracia. La libertad de prensa consiste en poder expresarse sin temor a sufrir castigos por parte del poder político.
Las asociaciones de medios y periodistas intentan salvar una asimetría obvia, porque los gobiernos tienen un poder inmenso para acallar voces disonantes. El soborno que obsesiona a Milei es solo uno de sus instrumentos, pero también están la asfixia económica, la calumnia indiscriminada, la demonización y la agresión física lisa y llana, que linchamientos virtuales como las que promueve el Jefe de Estado estimulan peligrosamente. Con respecto al soborno, conviene remarcar que la imputación reemplaza los argumentos: las críticas no se responden con argumentos que las desarticulen, sino calumniando al crítico, cosa que está al alcance de cualquier energúmeno con poder.
En el concienzudo diagnóstico de Milei, por otra parte, se destacan síntomas del fenómeno psicológico de la “proyección”, que consiste en asignar a otro características que cuesta reconocer como propias.
“Profetas de la verdad única e incontrastable a los que no se puede criticar, ni desmentir, ni corregir” es una descripción exacta de Milei, quien solo se baja de su “Torre de Marfil” de “X” para asistir a tertulias periodísticas invariablemente hospitalarias, complacientes y despojadas de cualquier distancia crítica.
Conviene relacionar el intenso ataque contra el periodismo que lo contraviene con su ridícula insistencia en el “adoctrinamento” educativo, otra de sus múltiples manías en el marco de la “batalla cultural”. Lo que pretende es la adhesión incondicional de los fundamentalistas y los alcahuetes.
Fuente: https://www.elancasti.com.ar/edicion-impresa/profeta-la-verdad-unica-n551862